23 Jan
23Jan

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo, mientras estemos en este mundo, nos encontramos expuestos a la bienaventuranza o a la reprobación eterna, dado que tenemos libertad, enemigos espirituales, dudas y artificios que pueden llevar a extraviarnos en el camino de nuestra salvación eterna, pero fiel es Dios que nunca abandona a sus hijos, que siempre provee de lo necesario para nuestro provecho espiritual, sacando bienes aun de los mismos males, tal como nos dan testimonio la vida de los mártires que sufrieron persecución hasta darles muerte, convirtiéndose en su corona para la eternidad. 

Por esto el apóstol San Pablo nos instruye que debemos vencer el mal con el bien, y las sagradas escrituras nos invitan a dar de comer y beber a nuestros enemigos, de tal suerte que seamos fieles discípulos de nuestro Señor y Maestro que como cordero inmaculado se inmoló por nuestra redención, que siendo inocente, Dios y hombre verdadero fue llevado hasta el patíbulo de la cruz para ser crucificado y ofrecido en sacrificio por nuestra salvación. 

"Por tanto si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer: si tiene sed, dale de beber: porque si esto hicieres, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza. No te dejes vencer de lo malo: mas vence el mal con el bien." Romanos XII, 20.

Comparemos nuestros sinsabores con las penalidades que sufrió nuestro Redentor, con los sufrimientos de los bienaventurados, con las afrentas de los confesores, con las pruebas de las vírgenes, con la muerte de los mártires; y contemplemos el amor que en sus tribulaciones y contrariedades les animaba a profesar su fe y devoción por Dios nuestro Señor. 

Para alcanzar esta entrega e inmolación de nuestras vidas, es necesario la meditación de las verdades eternas, reflexionar detenidamente sobre el principio y fundamento del cual nos habla san Ignacio de Loyola, conocer perfectamente que es lo que somos, el fin para el cual hemos sido creados, el motivo y razón de nuestra estadía en la tierra que habitamos; lo demás se dará como fruto de nuestra cosmovisión cristiana de la vida.

"Luego mi fin no son precisamente las riquezas, los honores, las delicias; representar un papel brillante en el mundo, lucir, gozar, sino principalmente y ante todo servir a Dios; y servirle, no a mi antojo y capricho, sino como Él quiere que le sirva." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Para esto, queridos hermanos, requerimos de la oración frecuente, de una vida en gracia de Dios, de la frecuencia de los sacramentos, de la instrucción religiosa, del alimento de la lectura espiritual, de la devoción a la bendita Madre de Dios; en síntesis, se requiere una vida católica, de constancia en el ejercicio de la virtud, de la perseverancia en dominar nuestras pasiones y deseos desordenados, tal como nos enseñan la vida de los bienaventurados. 

"Sano o enfermo, rico o pobre, sabio o ignorante, honrado o despreciado, con este o con aquel genio, con muchos o pocos dotes, aptitudes y talentos, puedo alabar, hacer reverencia y servir a Dios." San Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales. 

Debemos discernir sobre nuestros objetivos de vida, definir nuestra razón de existir, ejercitarnos en las virtudes que más hemos menester, convencernos del motivo de nuestra estadía en la tierra y trabajar en consecuencia acorde a lo que queremos y buscamos, sabiendo perfectamente que en el camino hemos de sufrir muchos combates, dificultades que afrontar, siendo algunas veces necesaria la reestructuración de nuestra vida sin alterar el fin y razón de nuestra vida. 

"Buscad pues primeramente el reino de Dios, y su justicia: y todas estas cosas os serán añadidas." San Mateo VI, 33. 

Roguemos a la augusta Madre de Dios, se digne concedernos la fortaleza de espíritu, la permanencia en la razón de nuestra existencia, la voluntad para perseverar hasta el fin de nuestra vida en el servicio de Dios nuestro Señor y en buscar la salvación eterna de las almas. 


Dios te bendiga.



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